Aquí continúo con los cuentos infantiles. Ya ha pasado mucho tiempo que escuchamos estos cuentos en su versión clásica y decidí rehacerlos “a lo Agapita”. Ahora presento la historia de La bella durmiente. No presento los cuentos infantiles tal y como los hemos leído desde nuestra infancia, sino que acá están reescritos de acuerdo a la imaginación de esta servidora y considerando las condiciones de vida actuales. Que los disfrutes.
La bella durmiente El bello durmiente
Hubo una vez un alcalde y su esposa que deseaban muchísimo tener hijos. Después de un largo tiempo, la señora dio a luz un varón. Había tanta alegría en ese pueblo que decidieron hacer una gran fiesta para el bautizo, casi a nivel de patronales. Habían machinas, juegos, casas de brincos, muchos dulces y hasta los payasos Agapita y Che-ché en tarima. Dado que estaba cerca la época navideña, el alcalde decició nombrar como padrinos a los Reyes Magos.
El alcalde le regaló a cada Rey Mago camellos turbo último modelo, para que cada 5 de enero los Reyes llevaran regalos a cada familia con mayor velocidad.
En agradecimiento y en medio de la fiesta, éstos le otorgaron al joven recién nacido talentos especiales, cantándolos al ritmo de la Bomba:
“La bomba, ay que rica es, es, es,
me sube el ritmo por los pies, por los pies,
mulato, saca tu trigueña,
pa’ que baile Bomba, Bomba puertorriqueña, ¡Bomba!”
El Rey Gaspar, como regalo, dijo: “Serás el mejor atleta. Ya sea en tenis o en chancletas, siempre alcanzarás tu meta”. “¡Bomba!” gritaron todos.
Para no quedarse atrás, el Rey Baltazar dijo: “Formarás el rumbón con cualquier instrumento, hasta con el saxofón tocando flamenco”. “¡Bomba!”
En eso, interrumpió un personaje que no compartía la misma alegría que los demás. Era Año Viejo, que estaba enojado porque no lo habían invitado a la fiesta. Y soltó su bomba:
¡Se han olvidado de mí! Ese varón que está ahí será el mayor de los vagonetas, no lavará su ropa y dormirá una eterna siesta!!!
Todos los presentes escucharon con rechazo la bomba de Año Viejo. Así que mientras lo sacaban de la fiesta comenzaron a cantar:
“No sabe na’, no sabe na’,
no sabe na’ de bombas, no sabe na'”
El conjuro estaba realizado, y al instante entró en un profundo sueño. Pero aún faltaba uno de los Reyes Magos:
Melchor dijo: “No se preocupe, señor alcalde, que ese sueño no será para siempre”. Y para contrarestar las palabras de Año Viejo, cantó su bomba: “Ni deporte, ni instrumento musical del sueño lo van a sacar. Por un aroma dulce vamos a esperar, ese será el único que lo hará despertar”.
La bomba no era muy buena, pero ya que era la única esperanza todos aplaudieron y gritaron ¡Bomba!.
La vida de este chico fue muy extraña. Creció dormido y de su sueño no despertaba. El alcalde buscaba cuanto aroma dulce hubiera en el pueblo y más allá, pero nada resultaba.
Un día, una hermosa joven salió de su casa vendiendo postres para recaudar fondos para la clase graduanda de su escuela. Por casualidad, tocó a la puerta de la casa del alcalde. Éste abrió, e inmediatamente, su casa se llenó de un particular olor. Era una mezcla del olor de los postres con el perfume de la chica. Tan dulce fue el aroma, que al llegar a la habitación donde dormía el bello durmiente, lo despertó. Abrió los ojos, soltó un bostezo y caminó buscando el origen de tan rico aroma. Qué sorpresa se llevó el joven, el dulce aroma pertenecía a la chica en la puerta, que además de linda era tremenda cocinera. Fue amor a primera vista. Primero, porque era la primera joven que veía en muchos años, y segundo, porque dicen que el amor entra por la cocina.
El muchacho le pidió al papá que comprara los postres, y le rogó a la damicela que regresara al día siguiente. De ahí en adelante, ambos se hicieron muy buenos amigos. El joven dejó la vagancia y después de estudiar mucho, se casó con la muchacha y fueron felices por siempre.
FIN