Como parte de la serie de posts de cuentos clásicos reescritos “a lo Agapita”, en esta ocasión traigo la historia de Los Tres Cerditos. No presento los cuentos infantiles tal y como los hemos leído desde nuestra infancia, sino que acá están reescritos de acuerdo a la imaginación de esta servidora y considerando las condiciones de vida actuales. Espero que los disfrutes.
Érase una vez tres hermanos cerditos que eran muy diferentes. Vivían en uno de los montes de El Yunque (obvio que no era en Guavate, sino, la historia sería otra). Los cerditos no se sentían seguros pues había un lobo que tomó cursos con el chupacabras y siempre los perseguía para comérselos. Así que para protegerse del lobo, los cerditos decidieron que sería buena idea construirse sus casitas.

El cerdito pequeño construyó su casita con cartones que consiguó en la parte de atrás de una mueblería. La verdad es que no le importaba mucho protegerse del lobo porque confiaba en que nunca le pasaría nada malo. No se tomó mucho tiempo construyendo su casita, pues las ventanas sólo estaban dibujadas a crayola. Así, terminó rápido y pudo vestirse para irse a bailar al Festival del Merengue, que sería esa noche.
El mediano pensaba que debía dedicarle un poco más de casco a la construcción de su casa. Por eso, la hizo de acuerdo a los cursos de boy scout que tomó alguna vez… y montó una gran caseta de campaña de tres cuartos. La tela plástica de la caseta era calurosa pero no importaba porque ésta tenía ventanas de verdad. Terminó pronto y llamó a su hermano menor al celular para saber a qué hora saldrían al baile.
El mayor trabajaba en su casa de cemento (los ladrillos están pasados de moda). Se esforzó mucho. Su casa tenía puertas y ventanas de seguridad. También tenía tormenteras y alarma contra robos.
-¡Ya van a ver lo que hace el lobo con sus casas!- texteó el cerdito mayor a sus hermanos mientras éstos se la pasaban de lo lindo.
Muy tarde en la noche los cerditos regresaron a sus casitas. No se percataron que el lobo estaba muy hambriento rondando el área y los miraba desde lejos. El lobo se acercó a la casa del cerdito pequeño y gritó desde afuera de la casa de cartón: -¡Sal de ahí o soplaré, soplaré, y tu casa derribaré!-. Por el miedo, el cerdito no salió. El lobo sopló y sopló y la casita de cartón derrumbó.
Cuando el cerdito vio que el lobo lo dejó sin casa, corrió rápidamente hacia la casa de su hermano mediano. Éste abrió su caseta de campaña y lo dejó entrar. El lobo siguió al cerdito hasta la segunda casa. Nuevamente dijo, esta vez a los dos cerditos: -¡Salgan de ahí o soplaré, soplaré, y esta casa derribaré!-. El susto que llevaban los cerditos era tal que no salieron. Así que el lobo sopló fuertemente hasta destruir la caseta de campaña.

Los cerditos quedaron sin refugio y no les quedó más remedio que correr nuevamente, esta vez hacia la casita del cerdito mayor. El lobo siguió a los cerditos hasta la tercera casa. Nuevamente gritó desde el exterior: -No podrán seguir huyendo de mi, los alcanzaré. ¡Salgan de ahí o soplaré, soplaré, y esta casa también derribaré!-. Como los cerditos no salían, el lobo decidió soplar… y soplar… y soplar… y soplar… y soplar… y soplar… y soplar… y siguió soplando hasta quedarse sin aliento. Mientras tanto, los cerditos, como buenos puertorriqueños, aprovecharon los vientos huracanados para hacer un barbiquiú. Por más que el lobo sopló, la casa no sufrió ningún daño. Pero el lobo no se dio por vencido. Intentó brincar la verja de la casa de cemento, pero dio la mala pata que cayó justo sobre el carbón encendido que tenían los cerditos.
Tal fue el grito del lobo que se escuchó su aullido de Fajardo hasta Rincón y así aprendió su lección. También los cerditos menor y mediano aprendieron que el vago pasa doble trabajo pues ahora tendrían que reconstruir sus casas.
FIN