Mi abuela tiene una cantidad de historias que caen en la categoría de épicas. Esta vez compartiré lo que me pasó con ella (y sus consejos extremos) cuando fui a la funeraria para ofrecer mis condolencias a un hermano de mi abuelo que pasó a mejor vida.
Anteriormente relaté su historia en una oficina de dentista. Esta vez no hubo nadie encerrado, sin embargo, hubo consejo extremo.
Resulta que un hermano de mi abuelo falleció y fui a la funeraria a dar el pésame y compartir con la familia. No podía estar mucho tiempo y cuando comenzó el servicio ya yo debía ir caminando. Todos en silencio, comenzó el primer himno. Le digo a mi abuela que ya me tengo que ir yendo y ella me dice que me vaya calladita para mantener el sigilo. Es entonces cuando ella se acerca a la banca de enfrente y avisa a mi tio, tia y mi abuelo que ya yo me iba. Mi abuelo también le avisa a la prima lejana que yo me voy, se voltean, me dicen adiós, me echan la bendición… recuerda que había silencio allí…
Decido quedarme hasta que el pastor termine el cántico, por eso de enfriar la cosa ya que medio mundo está avisado de que ya me voy. Canta un segundo himno y luego comienza la predicación. Ahora sí, no me puedo quedar más tiempo y me voy. Para asegurarme que me voy calladita le digo a mi abuela “ya me voy, bendición”, ella me da un beso, me susurra “cuida’o en la calle” y yo me levanto. ¡Bieeeen!!! Es entonces cuando escucho un “PSSST”, me volteo y mi abuela me *repite* en un susurro gigante:
“¡Cuida’o en la calleeeeeeeeeeeee!”
De más está decir que todos supieron que me iba… y no fue precisamente en silencio…
¡Tan, tan! No tengo que inventar historias, con mi familia es suficiente…