Es común, en la labor como payasa, ir a un solo cumpleaños por cada niño. Es normal. Quieren hacer algo diferente cada año o sus gustos cambian porque van creciendo (¡y no me van a llamar para ir a su quinceañero!). En ocasiones he visitado al mismo chico o chica en dos o hasta tres cumpleaños, pero no más. Sólo hay una excepción: la familia de Angélica.
Conozco a Angélica por el tiempo en que trabajé con mi pediatra mientras terminaba la universidad. La primera vez que le hice una actividad fue para el cumpleaños #6 (creo) de su nieto Anthony. Pero se le añadieron varios cumpleaños de otra nieta, Lynda, y cuanta fiesta hubiera en su casa. Los otros días fui al baby shower de quien será la nieta menor (hasta ahora).
La cosa es que sumando y restando, ya Anthony tiene 14 años… y Lynda, que aún recuerdo cuando estaba en la barriga de su mamá, ahora tiene 7. Me asusté. Mucho. El tiempo pasa… lo peor es darme cuenta que hasta el baile del robot evoluciona (otro de los nietos me aclaró que mi estilo del baile del robot es de viejos… sí, de *viejos*).
Me siento muy agradecida que ya Angélica, su familia y vecinos me consideren como amiga además de como payasa por el tiempo que llevo visitándolos. Mas aún me sorprende ver cómo esa familia ha ido creciendo… y cómo la cara de los chicos va cambiando!
¿Te has enfrentado a la realidad cuando ves a algún conocido que ya no es tan menor como lo recordabas?
*Este post fue inspirado en el post de Raúl Colón, My Longest Standing Customer y muy muy muy por Angélica y su familia.